miércoles, 28 de diciembre de 2011

Ad portas 2012...me gusta estar al lado del camino


Esta canción es algo que me gustaría haber escrito, definitivamente; pero rindiéndome al hecho de no ser su creadora, la hago mía como un himno nacio-mal, una declaración de principios o la biografía de una generación entre los 40 y 50 años, a la que nadie le prometió un jardín de rosas. Nos gusta estar aquí, al lado del camino, mirando la vida pasar después que ya nos ha pasado una y mil veces por encima... con cariño para los que vienen

martes, 13 de diciembre de 2011

De vuelta a Itaka...

Concluye el 2011, algo mejor que el anterior, con su carga de desgracias, con una esperanzadora capacidad de movilización ciudadana y con la proyección de cambio profundo en la mentalidad de buena parte de la generación de recambio. Pero hablemos de las generaciones, en concreto de la que se fue hace unos días. La mitad de ella no la voy a extrañar, por mucho amor que les tenga, porque han partido bien, llegando a lo que íntimamente como profesor uno desea: un grupo humano unido con lazos intensos de intimidad y a la vez, abiertos a otros, no temo por esos muchachos y muchachas, marcados por la dureza de la vida, que sin embargo afrontan más con una sonrisa consciente que con el desaliento. Del otro lado en la ribera quiero decir que, con nombre y apellido, hay personas que marcaron su impronta y a los que pocos vieron: Marcos Santander, Leonel Sánchez, Moira Cruces, Andrés Flores, Nicole Vivars. no fueron los más populares o los de notas más descollantes, pero sí los que evolucionaron a un pensamiento bien conformado.
Eso me lleva al punto de hoy, post PSU:
¿Qué hacer con la nueva realidad del año que viene?
Relacione contenidos: Nada acá que el profesor dio este libro y este apunte para la prueba y eso es lo que va a preguntar, así que no atiendo lo que diga en clases. Estimados y estimadas, ése es un discurso patético, pues hasta las pausas para tomar aire son susceptibles de entrar como contenido en una prueba; a modo de ejemplo, si nombran una teoría de Lavoisiere que quedó a medio desarrollo, relacione al hecho que el pobre científico perdió tempranamente la cabeza en la guillotina durante la Revolución Francesa. Este ejemplo algo burdo va a lo siguiente: ya no se estudia para acumular notas (nunca debería hacerse), sino para alcanzar conocimiento. Las personas que se sintieron muy inteligentes por sus promedios y que despreciaron todo lo que no se redujera a calificaciones, ojalá cambien su mentalidad, pues el escenario es otro, asi que ¡buen ánimo y buena suerte!

miércoles, 11 de mayo de 2011

El Eclipse, un cuento de Monterroso


Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.

Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.

-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.

Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

lunes, 2 de mayo de 2011

Pérdidas

Gonzalo Rojas marcha a paso lento entre la bruma de Lebu. Ernesto Sábato camina a tientas hacia el despertar. Ambos han tenido una vida extensa e intensa, plena, como si fueran recolectando en alguna vieja canasta frutos silvestres de sabor violento y carnes sabrosas.

América, la verdadera, está como una huérfana de sus abuelos entrañables, que sonríen y se alejan tan dulcemente de su mano, que en el pecho la ausencia deja un dolor casi mudo, delicado.

La otra américa, la pequeña, celebra la (supuesta)muerte de un (supuesto) musulmán. Ni siquiera saben si realmente existió tal hombre o fue el pretexto, el personaje ideado para armar una guerra a la medida de sus empresas petroleras, pero han sacado sus banderas.

Hay un abismo entre América y américa. Que bueno, mi dios, que bueno.

miércoles, 13 de abril de 2011

Amores Platónicos, que no amores imposibles


Un individuo, según Platón, encontrará el amor cuando tenga una visión cercana a la que se tuvo como alma en la cual se apreciaba sobre todas las cosas la belleza mientras se contemplaban las ideas, en tanto, esa luz sobre la belleza se encontrará en el cuerpo de la persona que se ama o que se empieza a amar. La visión del alma del otro es lo que Platón consideraba como amor profundo. Si me atengo a ello, la realidad del amor, desprovista de las urgencias de lo físico, hunde sus raíces en un estado contemplativo de lo divino, estado anterior a la vida misma y que al aterrizar en nuestra carnadura, a veces nos parece reencontrarla en una imagen de alguien que está distante y a la vez nos resulta íntimamente cercano, lo cual no hay que confundir con el tema de la obsesión amorosa.
Mi personal amor platónico fue encontrado por este ojo de mi alma hace una porrada de años, unos 39, más o menos (considerando que tengo 40) y cumpliéndose 50 años de su hazaña, lo quiero homenajear: Yuri Gagarin, el primero en decir con propiedad "Veo la Tierra, es Hermosa y Azul". Gracias por ese regalo, Ojalá que podamos seguir repitiendo esa frase.

martes, 5 de abril de 2011

INICIO: El diablo en la botella

Había un hombre en la isla de Hawaii al que llamaré Keawe; porque la verdad es que aún vive y que su nombre debe permanecer secreto, pero su lugar de nacimiento no estaba lejos de Honaunau, donde los huesos de Keawe el Grande yacen escondidos en una cueva. Este hombre era pobre, valiente y activo; leía y escribía tan bien como un maestro de escuela, además era un marinero de primera clase, que había trabajado durante algún tiempo en los vapores de la isla y pilotado un ballenero en la costa de Hamakua. Finalmente, a Keawe se le ocurrió que le gustaría ver el gran mundo y las ciudades extranjeras y se embarcó con rumbo a San Francisco.

San Francisco es una hermosa ciudad, con un excelente puerto y muchas personas adineradas; y, más en concreto, existe en esa ciudad una colina que está cubierta de palacios. Un día, Keawe se paseaba por esta colina con mucho dinero en el bolsillo, contemplando con evidente placer las elegantes casas que se alzaban a ambos lados de la calle. «¡Qué casas tan buenas!» iba pensando, «y ¡qué felices deben de ser las personas reflexionando sobre esto cuando llegó a la altura de una casa más pequeña que algunas de las otras, pero muy bien acabada y tan bonita como un juguete, los escalones de la entrada brillaban como plata, los bordes del jardín florecían como guirnaldas y las ventanas resplandecían como diamantes. Keawe se detuvo maravillándose de la excelencia de todo. Al pararse se dio cuenta de que un hombre le estaba mirando a través de una ventana tan transparente que Keawe lo veía como se ve a un pez en una cala junto a los arrecifes. Era un hombre maduro, calvo y de barba negra; su rostro tenía una expresión pesarosa y suspiraba amargamente. Lo cierto es que mientras Keawe contemplaba al hombre y el hombre observaba a Keawe, cada uno de ellos envidiaba al otro.

De repente, el hombre sonrió moviendo la cabeza, hizo un gesto a Keawe para que entrara y se reunió con él en la puerta de la casa.

—Es muy hermosa esta casa mía—dijo el hombre, suspirando amargamente—. ¿No le gustaría ver las habitaciones?

Y así fue como Keawe recorrió con él la casa, desde el sótano hasta el tejado; todo lo que había en ella era perfecto en su estilo y Keawe manifestó gran admiración.

—Esta casa—dijo Keawe—es en verdad muy hermosa; si yo viviera en otra parecida, me pasaría el día riendo. ¿Cómo es posible, entonces, que no haga usted más que suspirar?

—No hay ninguna razón—dijo el hombre—para que no tenga una casa en todo semejante a ésta, y aun más hermosa, si así lo desea. Posee usted algún dinero, ¿no es cierto?

—Tengo cincuenta dólares—dijo Keawe—, pero una casa como ésta costará más de cincuenta dólares.

El hombre hizo un cálculo.

—Siento que no tenga más —dijo—, porque eso podría causarle problemas en el futuro, pero será suya por cincuenta dólares.

—¿La casa?—preguntó Keawe.

—No, la casa no—replicó el hombre—, la botella. Porque debo decirle que aunque le parezca una persona muy rica y afortunada, todo lo que poseo, y esta casa misma y el jardín, proceden de una botella en la que no cabe mucho más de una pinta. Aquí la tiene usted.

Y abriendo un mueble cerrado con llave, sacó una botella de panza redonda con un cuello muy largo, el cristal era de un color blanco como el de la leche, con cambiantes destellos irisados en su textura. En el interior había algo que se movía confusamente, algo así como una sombra y un fuego.

—Esta es la botella—dijo el hombre, y, cuando Keawe se echó a reír, añadió—: ¿No me cree? Pruebe usted mismo. Trate de romperla.

De manera que Keawe cogió la botella y la estuvo tirando contra el suelo hasta que se cansó; porque rebotaba como una pelota y nada le sucedía.

—Es una cosa bien extraña—dijo Keawe—, porque tanto por su aspecto como al tacto se diría que es de cristal.

—Es de cristal—replicó el hombre, suspirando más hondamente que nunca—, pero de un cristal templado en las llamas del infierno. Un diablo vive en ella y la sombra que vemos moverse es la suya; al menos eso creo yo. Cuando un hombre compra esta botella el diablo se pone a su servicio; todo lo que esa persona desee, amor, fama, dinero, casas como ésta o una ciudad como San Francisco, será suyo con sólo pedirlo. virtud llegó a ser el rey del mundo; pero la vendió al final y fracasó. El capitán Cook también la tuvo, y por ella descubrió tantas islas; pero también él la vendió, y por eso lo asesinaron en Hawaii. Porque al vender la botella desaparecen el poder y la protección; y a no ser que un hombre esté contento con lo que tiene, acaba por sucederle algo.

—Y sin embargo, ¿habla usted de venderla?—dijo Keawe.

—Tengo todo lo que quiero y me estoy haciendo viejo —respondió el hombre—. Hay una cosa que el diablo de la botella no puede hacer... y es prolongar la vida; y, no sería justo ocultárselo a usted, la botella tiene un inconveniente; porque si un hombre muere antes de venderla, arderá para siempre en el infierno.

—Sí que es un inconveniente, no cabe duda—exclamó Keawe—. Y no quisiera verme mezclado en ese asunto. No me importa demasiado tener una casa, gracias a Dios; pero hay una cosa que sí me importa muchísimo, y es condenarme.

—No vaya usted tan deprisa, amigo mío—contestó el hombre—. Todo lo que tiene que hacer es usar el poder de la botella con moderación, venderla después a alguna otra persona como estoy haciendo yo ahora y terminar su vida cómodamente.

—Pues yo observo dos cosas—dijo Keawe—. Una es que se pasa usted todo el tiempo suspirando como una doncella enamorada; y la otra que vende usted la botella demasiado barata.

—Ya le he explicado por qué suspiro —dijo el hombre—. Temo que mi salud está empeorando; y, como ha dicho usted mismo, morir e irse al infierno es una desgracia para cualquiera. En cuanto a venderla tan barata, tengo que explicarle una peculiaridad que tiene esta botella. Hace mucho tiempo, cuando Satanás la trajo a la tierra, era extraordinariamente cara, y fue el Preste Juan el primero que la compró por muchos millones de dólares; pero sólo puede venderse si se pierde dinero en la transacción. Si se vende por lo mismo que se ha pagado por ella, vuelve al anterior propietario como si se tratara de una paloma mensajera. De ahí se sigue que el precio haya ido disminuyendo con el paso de los siglos y que ahora la botella resulte francamente barata. Yo se la compré a uno de los ricos propietarios que viven en esta colina y sólo pagué noventa dólares. Podría venderla hasta por ochenta y nueve dólares y noventa centavos, pero ni un céntimo más; de lo contrario la botella volvería a mí. Ahora bien, esto trae consigo dos problemas. Primero, que cuando se ofrece una botella tan singular por ochenta dólares y pico, la gente supone que uno está bromeando. Y segundo..., pero como eso no corre prisa que lo sepa, no hace falta que se lo explique ahora. Recuerde tan sólo que tiene que venderla por moneda acuñada.

—¿Cómo sé que todo eso es verdad? —preguntó Keawe.

—Hay algo que puede usted comprobar inmediata mente—replicó el otro—. Deme sus cincuenta dólares, coja la botella y pida que los cincuenta dólares vuelvan a su bolsillo. Si no sucede así, le doy mi palabra de honor de que consideraré inválido el trato y le devolveré el dinero.

—¿No me está engañando?—dijo Keawe.

El hombre confirmó sus palabras con un solemne juramento.

—Bueno; me arriesgaré a eso—dijo Keawe—, porque no me puede pasar nada malo.

Acto seguido le dio su dinero al hombre y el hombre le pasó la botella.

—Diablo de la botella—dijo Keawe—, quiero recobrar mis cincuenta dólares.

Y, efectivamente, apenas había terminado la frase cuando su bolsillo pesaba ya lo mismo que antes.

—No hay duda de que es una botella maravillosa —dijo Keawe.

—Y ahora muy buenos días, mi querido amigo, ¡que el diablo le acompañe!—dijo el hombre.

—Un momento—dijo Keawe—, yo ya me he divertido bastante. Tenga su botella.

—La ha comprado usted por menos de lo que yo pagué —replicó el hombre, frotándose las manos—. La botella es completamente suya; y, por mi parte, lo único que deseo es perderlo de vista cuanto antes.

Con lo que llamó a su criado chino e hizo que acompañará a Keawe hasta la puerta.

Cuando Keawe se encontró en la calle con la botella bajo el brazo, empezó a pensar. «Si es verdad todo lo que me han dicho de esta botella, puede que haya hecho un pésimo negocio», se dijo a sí mismo. «Pero quizá ese hombre me haya engañado.» Lo primero que hizo fue contar el dinero, la suma era exacta: cuarenta y nueve

jueves, 17 de febrero de 2011

Incorreciones

Las cosas como son, al menos por el verano:
No me saluden de beso, que me apesta.
Me carga el color rosado, salvo en las flores
Prefiero tener amigos travestis a gays neoliberales
Me cargan las cuarentonas que se juran en Sex & The City
El matrimonio, para cuando crea que no tengo nada mejor en que matar el tiempo
No sé si puedo escribir bien y nunca lo sabré
No me obligues a hacer nada, menos si es "por mi bien "
Un vaso de whisky y una estrella verde son dos cosas terrenales que me ponen bien con dios
nunca he tenido problemas con dios, por eso me aburren los ateos que andan como enojados por la vida...con alguien que no existe (?)
Todo es fabulación en los Massmedia
La verdad está en el tarot y los sueños

Seguidores